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Verónica se escribe con B

Historia por Belén Bilbao (Lee la entrevista de la autora) 20 de septiembre de 2021

Fotografía por Danny Lines

El primer deseo-tren de Betina que no se cumplió fue el de quedarse en el aula a solas con Verónica. Esto la preocupó por el deseo de Verónica en sí y por el miedo a que se le dejaran de cumplir todos los deseos-tren de ahí en adelante.

Los deseos-tren eran sus preferidos porque sólo había que pedir uno y porque siempre se cumplían. “Pedí algo concreto, que sea concreto” se decía, hasta que aparecía el deseo. Y funcionaba. En cambio, cuando los deseos que había que pedir eran tres, siempre se quedaba sin ideas para el último y pensaba en cualquier pavada y le daba nervios porque sentía que había perdido una gran oportunidad.

Verónica les presentó la estructura de los átomos en una clase que terminó temprano porque se tuvo que ir a una reunión de profesores. Ni siquiera llegó a explicarles el tema con un ayuda-memoria, como hacía siempre que les enseñaba un tema nuevo. Les dijo que dejaran todo ordenado y salieran al patio e hicieran silencio hasta que tocara el timbre del recreo y saliera el resto de los chicos de las aulas.

Pensó en una pregunta para hacerle, pero lo de los átomos lo había entendido y no se le ocurrió nada. Pensó en una analogía entre los átomos y el sistema solar, pero cuando estaba terminando de darle forma, Verónica ya se había ido a la reunión de profesores.

La semana siguiente Verónica siguió con los átomos, pero Betina no prestó mucha atención. Estuvo toda la clase pensando en cómo hacer, sin que pareciera a propósito, para desordenar y desplegar todos los útiles sobre la mesa. Hasta tiró la goma de borrar al piso. El plan era que, cuando tocara el timbre, tuviera que tardar mucho tiempo en guardar todo en la cartuchera para quedarse sola en el aula con Verónica. Eligió la goma porque no hacía ruido al caer y así nadie se iba a molestar en alcanzársela. Cuando tocó el timbre, tardó en empezar a guardar los útiles y, cuando empezó, metió y sacó el lápiz negro de la cartuchera como catorce veces. No había terminado de guardar todo cuando Verónica salió del aula, deseándoles un buen fin de semana. Todavía quedaban algunos de sus compañeros en la clase y, de nuevo, no había podido quedarse sola con ella. Se fue enojada y, cuando ya era demasiado tarde para recuperarla, se dio cuenta de que se había olvidado la goma de borrar en el piso.

Lo de los átomos y el sistema solar nunca lo escribió. Nunca lo escribió en ningún papelito de los que empezó a dejar, a propósito, en las aulas de química, después de que terminara la clase. Se le había ocurrido que así como ellos estudiaban los átomos y les asombraba su pequeñez, existía un mundo de gigantes que estudiaba el sistema solar y, asombrados por su pequeñez, llamaban al sol, núcleo; y a los planetas, electrones. Pero esta idea le pareció tonta y, como temía que Verónica pensara que no había entendido nada de lo que había explicado de los átomos, nunca lo escribió en ningún papelito.

En el primer papelito que dejó, escribió que nunca había visto a sus papás darse un beso, preguntándose si esto era normal, dado que seguían viviendo los tres juntos. En el segundo, escribió acerca de su vecina. Escribió que su vecina siempre salía de su casa con campera, sin importar el calor que hiciera afuera, porque se moría de frío cada vez que iba a las heladeras del supermercado. Después siguió escribiendo cosas verdaderas, hasta que las empezó a intercalar con mentiras. Por ejemplo, que había aprendido las ubicaciones y nombres de todos los sepulcros del cementerio de al lado de su casa; o que tenía un muerto favorito.

Como pasaron las semanas y Verónica no hizo mención a ninguno de los papelitos, pensó que no le interesaba nada de lo que decían. Se le ocurrió, entonces, cambiar el contenido por algo que podría llamarle más la atención y pensó en hacer una analogía entre los maestros y la naturaleza porque la analogía de los átomos y los gigantes le seguía pareciendo tonta. Anotó, sin estar muy segura de que fuera así, que las maestras no crecían porque cada nuevo año escolar se encontraban con chicos igual de jóvenes a los del año anterior, y que entonces eran como una orilla de arena suave a la que llegaban olas de mar siempre nuevas. La idea se le vino a la cabeza a partir de un ayuda-memoria que Verónica propuso para acordarse del fenómeno de las mareas.

Verónica siempre les enseñaba los temas nuevos con ayuda-memorias pero nunca le enseñó una regla para entender por qué no, por qué Verónica no se escribe con B de Betina, y si el hecho de que la B y la V estuvieran tan lejos en el diccionario significaba que ellas dos no iban a poder estar más cerca alguna vez.

Esto último, como lo de los gigantes, nunca lo escribió en ningún papelito.

Sobre la autora

Belén Bilbao es una joven aficionada a las letras. Al terminar el secundario, decidió estudiar ingeniería química; sin embargo, todavía se acuerda bien de uno de los últimos días de colegio en el que se acercó a su maestra de Lengua y le pidió que le recomendara un taller literario: no sabía bien de qué se trataban, sólo sabía que quería mantenerse cerca de los libros. De esta forma, Belén asiste a talleres de lectura y de escritura desde hace diez años y, a lo largo del tiempo, se fue dando cuenta de que la literatura la salva y la hace feliz. Actualmente, trabaja en su futura novela en el taller de escritura de Inés Garland.

Sobre el artista

Danny Lines es un fotógrafo del Reino Unido.

Esta historia apareció en SmokeLong en Español — Número Dos de SmokeLong Quarterly.
SmokeLong Quarterly SmokeLong en Español — Número Dos
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