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SmokeLong Quarterly

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La prueba

Historia por Jimena Ruth Rodriguez (Lee la entrevista de la autora) 19 de septiembre de 2021

Fotografía por Bogomil Mihaylov

Las encuentro a las dos en el piso de la cocina. Había escuchado los gritos de mi hermana Loli desde el baño pero no entendí lo que decía. Mamá está boca arriba con los ojos cerrados y Loli la balancea para despertarla. Me dice que mamá se apoyó en la mesada, que respiró como si se hubiera quedado sin aire. Ma, digo. Me arrodillo a la altura de su cadera y la sacudo por los hombros. Ma, repito, y me parece que hace una mueca con la boca.

Loli empieza a llorar, le pido que se quede tranquila, que vaya a buscar el alcohol que está debajo de la pileta del baño. Se lo digo y le guiño un ojo para que entienda, otra vez nos está poniendo a prueba.

Con la mano agarro a mamá del mentón, mis dedos como la pinza de una máquina de peluches le sacuden suavemente la cabeza. Ma, ¿estás bien?

Loli vuelve con el alcohol y sonrío. Mojo un repasador y se lo acerco a mamá a la nariz. Nada. Le digo a Loli que sirva un vaso de agua y se lo vuelco en la cara. Tampoco nada.

Mamá es buena. Hace un tiempo fingió que se había cortado el dedo para ver si seguíamos exactamente sus indicaciones. Realmente me lo creí. Tenía la mano envuelta en un repasador y no nos dejaba ver. Se la presionaba con la otra mano y cada tanto fruncía la cara como si le doliera. Desde la cocina nos daba instrucciones: trae una toalla, agarrá la cartera, llamá un taxi, ponele la campera tu hermana, y así. Cuando estábamos listas para salir nos mostró el dedo y nos dijo: Muy bien, así me gusta.

Mamá siempre nos está preparando para alguna tragedia o para que sepamos cómo tenemos que actuar si llegara a pasar algo malo. Cada dos por tres nos hace repetir los procedimientos que diseñó para cada situación peligrosa: si hay un incendio, si alguien se asfixia, si entran ladrones, si alguna se pierde, y así.

Le digo a Loli que vaya al cuarto y traiga el teléfono. Hay que llamar a la ambulancia. Me acerco a mamá y le toco el cuello con el dedo índice y el mayor como ella me enseñó pero no siento nada. No estoy segura de qué lado tengo que apoyar los dedos. También acerco la oreja a su nariz para ver si respira y le corro el flequillo para tocarle la frente. Mamá odia que le toquemos el pelo, dice que se lo engrasamos. Aún así, no reacciona. Dicen que los muertos están fríos así que no, no puede estar muerta.

Loli vuelve con el teléfono. Me pongo de pie y anuncio que voy a llamar a la ambulancia. Pienso que si es una prueba no va a llegar tan lejos. En cualquier momento se va a levantar a los gritos para asustarnos. ¡Así las quería encontrar! Por eso mantengo la calma. Doy unos pasos para salir de la cocina sin sacarle la vista de encima. Me quedo quieta en el marco de la puerta para ver si la puedo atrapar haciendo algún movimiento. Nada. El cuerpo de mamá está entregado al piso. Repito que voy a llamar a la ambulancia. A mamá no le gusta el conventillo y si viene la ambulancia después va a tener que explicarles que fue una confusión, que las chicas se asustaron, que estaba profundamente dormida, que a la madrugada se tomó otra pastilla porque no podía dormir y que por eso tardó en reaccionar. Insisto con lo de la ambulancia. Quedate tranquila, le digo a Loli que llora apoyada contra la pared.

Del primer cajón de la cocina saco el cuaderno donde están los teléfonos de emergencia aunque me los sé de memoria. Mamá es muy buena fingiendo, pero yo también. Hago un llamado falso a la ambulancia para ver si con eso alcanza. Hola, digo. Necesitamos una ambulancia urgente. Sí. Mi mamá. Tengo once. Con mi hermanita. La dirección es. Si fuera una prueba no me dejaría decir la dirección. Marco el 107 y repito todo lo que acabo de decir. Ya vienen. Me arrodillo otra vez a su lado. Es la primera vez que la miro tan de cerca o con tanta atención. Tiene los labios resecos y la cara parece forrada con papel araña como nuestros cuadernos. No quiero besar a mamá pero tengo que seguir las instrucciones. Cuando practicaba con el oso violeta era diferente. Después de resucitarlo lo seguía besando en mi cuarto. El peluche me hacía cosquillas y yo jugaba a que eran los bigotes de mi esposo.

Con una mano le abro la boca y con la otra, le tapo los agujeros de la nariz. Apoyo mi boca en la suya y soplo todo lo que puedo. Uno, dos, tres, cuatro. La boca abierta de mamá es una cueva y pienso que en cualquier momento se va a asomar algo. Cinco, seis, siete. Quizá mamá también practicaba besos con un oso y ahora lo tiene en la cueva. Ocho, nueve, diez, once. El cuerpo del oso era blando y se dejaba pero el pecho de mamá parece un resorte viejo. Doce, trece. Se me cansan los brazos. Loli me mira con los ojos llenos de miedo. Ella todavía no aprendió a resucitar y no entiende lo que hago arriba de mamá. Catorce, quince, dieciséis. Cuando llegue la ambulancia voy a tirar las llaves por el balcón y cuando mamá se despierte le voy a decir que nosotras no abrimos la puerta, que fueron ellos.

Sobre la autora

Jimena Ruth Rodriguez nació en Buenos Aires en 1985. Estudió Jimena Ruth Rodriguez nació en Buenos Aires en 1985. Estudió Comunicación Social y Guión de Cine y TV en el Laboratorio de Guión con Patricio Vega. Se formó en los talleres de escritura de Clara Anich, María Ferreyra, Mauricio Kartun e Inés Garland. En 2018 participó en la antología Sucias de Caucho (Editorial Milena Caserola) y en 2019, de Hombrecitos improvisados de apuro, cuentos de mujeres rioplatenses (Editorial Muerde Muertos). Fue productora y columnista de radio. Desde 2017 forma parte de Grupo Alejandría, colectivo que organiza su ciclo literario desde hace más de 15 años, y coordina el taller de lectura y escritura @undiaelmar.

Sobre el artista

Encuentre más del trabajo de Bogomil Mihaylov en Unsplash.

Esta historia apareció en SmokeLong en Español — Número Dos de SmokeLong Quarterly.
SmokeLong Quarterly SmokeLong en Español — Número Dos
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