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Xquenda

Historia por Fabrizio Sosa (Lee la entrevista del autor) 13 de junio de 2022

Arte por Clara Cordero

Ella tiene muchos nombres, yo le llamo mamá, mis abuelos le dicen Nerea, sus amigos le decían cristalito por lo frágil de sus huesos, pero de todos sus nombres, el que más me gusta es el que le dio papá: Xquenda.

Xquenda significa «alma» en zapoteco, la raíz de donde proviene mi padre, parte de mis raíces. La bautizó así cuando eran unos críos.

Mis padres se conocieron hace cuarenta años en la isla de Cozumel, con ocho años cada uno. Ambos provienen de culturas diferentes pues mi madre es colombiana. Fueron amigos desde el primer verano que jugaban carreritas junto los demás niños al mar, dos veces al día: al amanecer y a la última hora de la tarde cuando al sol rojo ya se lo había tragado el mar y no podía cegarlos. Mi madre era la más rápida, papá cuenta que ella ganaba todas las veces y que corría más rápido que nadie. Ella suele contradecirlo, yo pienso que quizá él le pudo ganar un par de veces. Con el tiempo los demás niños del pueblo cambiaron las carreritas por juegos como las canicas, el trompo o el Atari. Para mis padres no existía otro juego más, o por lo menos así fue por tres veranos, hasta que el cuarto verano mi madre se rompió el brazo y sus carreritas se convirtieron en paseos tranquilos explorando la playa. Un día encontraron una estrella que había arrojado el mar. Papá cuenta que la encontraron con vida, pero que era tan delicada que al tocarla murió.

Mi madre se sintió culpable pues pensó que le había contagiado su fragilidad, para remediarlo, decidió ayudar a la estrella a descansar en el cielo y hacerle un funeral.

«El Cielo» es una playa cerca de un banco de arena donde habitan las estrellas de mar en Cozumel. Su nombre se debe a que sus aguas son tan cristalinas y transparentes que parece un cielo estrellado.

Llevar la estrella al cielo tomaría un tiempo, pero lo primero era conservar en buen estado el cuerpo de la estrella y pidieron ayuda a mi abuelo zapoteco; lavaron la estrella, después la dejaron dos días reposar en alcohol, por último, la dejaron secar en sal hasta disecarse y después mi madre la guardó en un pequeño cofre.

El costo del viaje al cielo era equivalente a las mesadas anuales de ambos niños. Mi abuelo colombiano era solvente, y quizá él podría haber cubierto los gastos, pero ese hombre era tan tacaño que siempre dijimos que cuando miraba la misa por televisión cambiaba el canal a la hora de las limosnas. Papá decidió que trabajaría como «cerillito» en una tienda de conveniencia cerca de la casa de mamá para costear el viaje. Su trabajo consistía en empaquetar la compra de los clientes y hacer recados a cambio de propinas. Pasó el tiempo y a un par de semanas del fin del verano no tenían ni la tercera parte de lo necesario.

Mi madre, que lo acompañó todo ese tiempo, quiso ayudar y se le ocurrió pintar un bote colorido para recolectar dinero. Se sentó, con su bracito enyesado, fuera de la tienda de conveniencia donde trabajaba mi padre y puso un letrero que decía: «Ayúdenos a llevar a una estrellita al cielo». La gente, que iba a la tienda, preguntaba de qué se trataba esa colecta, mi madre respondía; «¡Ay, no! Una tragedia, queremos juntar dinero para hacerle un funeral a Estrellita y que pueda descansar en el cielo». La gente por deber cristiano donaba, no sabían bien quién era Estrellita y algunos pensaron que era la mascota de mi madre, aun así, donaban para después persignarse.

Ante el éxito de la colecta mi padre abandonó su promisoria carrera de «cerillito» para unirse a la recolección benéfica de mi madre y cambiaron su sucursal al malecón, donde los pesos se volvieron dólares.

Una amiga de mi abuela, después de donar, se pasó por la casa de los abuelos para darles el más sentido pésame. Mis abuelos sorprendidos explicaron a la señora que nadie había muerto y cuando mi madre llegó a casa, después de tremendo regaño, ella les explicó todo. Para todos fue una sorpresa que la historia de la estrella pudiese más que la tacañería del abuelo quien decidió pagar el viaje. Al contar el dinero del bote la sorpresa fue mayor; mis padres ya habían recolectado lo suficiente para el viaje de ambas familias.

El último fin de semana de ese verano, ambas familias fueron al cielo y Estrellita tuvo su funeral. Mientras mis padres regresaban a Estrellita al mar, junto a las demás estrellas, mi abuelo zapoteco cantó «Xquenda» la cual es una canción típica de su tierra. Está canción habla sobre un hombre que encontró, en una mujer, un alma a la cual seguir hasta la muerte.

Estrellita bajó al mar y papá tomó la mano de mamá. Susurró a su oído:

—bira biluxhe, guendanana.

Sobre el autor

Nacido en Guadalajara, Jalisco, México (1978) he colaborado para publicaciones como ‘El eco de tu voz’ (Chile) y la revista digital Sputnik (México). Actualmente colaborando para la aplicación de Ipstori (México).

Sobre la artista

Clara Cordero es una consultora, formadora y fotógrafa de Madrid.

Esta historia apareció en SmokeLong en Español–Número Cinco de SmokeLong Quarterly.
SmokeLong Quarterly SmokeLong en Español–Número Cinco
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