Por alguna variable no sometida al escrutinio de los meteorólogos esta tarde llueve incluso cuando en la radio, camino al centro, el locutor dice que el informe del clima atisba un excelente día. Todo es una falla, dice Alicia. Acuerdan por teléfono ir al café de siempre, allí se encuentra con David. Beben café, charlan discretamente. Caminan en direcciones opuestas luego de despedirse. Alicia lleva una sonrisa en la cara; David tiene una expresión de preocupación. Es el 14 de julio, es de hecho, el día del cumpleaños número veinticuatro de Alicia. Incluso, por otro tipo de variable aún no distinguida, este día es también en el que la vida de Alicia acaba. Justo cruza la avenida, no mira. Sucede.
Cómo se le queda la cara a David cuando su madre dice: Alicia está muriendo en este momento en el hospital. Corre David, corre. El hospital no está muy lejos, pero la lluvia empeora el tráfico. Se supone que no sería un día de lluvia, dice. Lo es, y eso entorpece todo. El corazón se le acelera mientras la boca se le seca. Todo estará bien, dice David, intenta hallar un camino entre la lluvia, sus ojos se posan sobre el borroso panorama de luces rojas. Las bocinas suenan. Ensordece, no tanto como su propia mente con la idea de lo que sucede justo en aquel momento en el que él va camino al hospital. El tráfico apesta, dice. El tráfico, es el culpable, sin duda. ¿qué sucedió con Alicia?
Alicia no siente nada, o eso se dice ella. Una niebla no muy espesa rodea aquel campo en el que ella está parada. Camina en dirección desconocida, gira hacia su mano izquierda. Gira hacia su mano derecha. Gira a su mano izquierda. Todo lo que ve es niebla acumulada sobre aquel lugar. No hay nada, dice. No siento nada, dice. ¿Estoy muerta? No quiero estarlo, dice. Se extraña de no entrar en pánico con aquella visión. No sentir nada es agradable, reflexiona. Se deja caer hacia atrás, es tragada por la niebla. Se golpea contra el suelo, no siente nada. Escucha, eso sí, un ruido similar a un grito bajo el agua. Así lo interpreta ella, no es su voz. No sabe si es el ruido de su cuerpo, de su alma, de la conciencia o de una realidad alterna en la que probablemente está siendo movida de un lugar a otro. Soy este ruido, dice. Quizá.
Cuando David llega al hospital le dicen que es demasiado tarde. No quiere escuchar, no quiere la certeza. Quiere otra cosa; de todos modos, la noticia le estalla de frente. David se sienta en la sala de espera, llora. No grita por un tipo de enseñanza hecha por su madre. Nunca en público, hijo, dice ella y él escucha; tiene ocho años, está en la sala de espera de un hospital y tiene una lesión en la rodilla. Así que vuelve, y deja de llorar. Hace una llamada y explica la situación a su madre y a la madre de Alicia. Estallan en llanto, él es fuerte. Siente que debe serlo. En un momento de la noche mira hacia el cielo en mitad de la calle. Ella decide sus pasos, tú los tropiezas, dice David.
Avanza en mitad de la niebla, es hora de volver. Ahora, piensa un segundo. ¿Qué significa?, dice. Nadie contesta. Ella avanza con esta duda en mitad de la boca, se mueve como un pez recién sacado del agua. Se retuerce, quiere encontrar una respuesta. Alicia no puede sostenerla más, sale disparada. Choca con una pared de cristal, la duda se destruye ante los ojos de Alicia. No significa nada, dice. Se detiene frente a la pared de cristal, una pequeña fisura es sentida por sus dedos. Espera frente al cristal sin darse la vuelta. Quiere dormir para despertar de nuevo. Todo esto está mal, dice. Todo está mal. Cierra los ojos y canta una canción; la canta su madre en las noches de lluvia para que ella duerma. Duerme.
David hace los preparativos, sepelio, cremación y recipiente para las cenizas. La madre de Alicia está desconsolada. La madre de David no sabe qué decir para apaciguar la pena. En una, dos, tres, cinco, seis horas sucede todo. Está hecho, dice David.
Pasan doce días, está sentado en un café con la madre de Alicia. Aquí también está ella, la siento, dice la madre de Alicia ante la mirada perdida de David. Debe saber algo, señora, dice David. Alicia, aquí mismo, decide contarme que está embarazada. Ella siente libertad y agradecimiento. Yo estoy preocupado, es mejor abortar, digo. No, dice ella. No discutimos, guardamos silencio, vemos caer la lluvia. ¿Puedes acompañarme?, me dice ella. Me niego. Ella sale por esa puerta. Ya lo sabe, señora. Perdóneme. La madre de Alicia se queda muda. David, se levanta. El día es particularmente soleado.
¿A dónde voy?, dice Alicia. Atraviesa el cristal, entra por la pequeña fisura. Al otro lado un camino empedrado sugiere un largo viaje.